lunes, 1 de junio de 2015

Silbar al himno y al rey

Me sorprende la polémica creada por los silbidos al himno durante la Final de la Copa. Y me sorprende, porque estamos en el siglo XXI. Para mí, un himno (cualquiera, aquí no hago distinciones) no deja de ser una canción y, como tal, me puede gustar, ser indiferente o desagradar.

Puedo entender que hay personas a las que les guste el himno de España. A mí, personalmente, la música militar (y el himno de España lo es), en general no me gusta. Pero es que, además (tal vez porque nací en plena dictadura), era una música que me obligaban a escuchar una y otra vez (en clase, al acabar las emisiones de televisión, en todo tipo de actos públicos…), así que es una musiquilla a la que acabe cogiendo cierta tirria. Efectivamente, para mí esa música no representaba ni mucho menos a mi país, sino que representaba una imposición, un régimen dictatorial que me encarceló por no pensar como los que nos obligaban a escuchar esa música.

El himno español no tenía letra, pese a que en la escuela nos hacían cantar una que creo que escribió José María Pemán y que decía algo así como “Triunfa España, alzad los ojos hijos del pueblo español…”, pero los niños, cuando no nos oían, cantábamos “Franco, Franco, tienes el culo blanco porque tu mujer lo lava con Ariel…”.

He oído gente que dice que los himnos hay que respetarlos. Es una suerte que no entiendan el flamenco y respeten a los holandeses cuando cantan su himno y dicen eso de “Mi alma se atormenta, oh noble pueblo y fiel, viendo cómo te afrenta el español cruel”.

El himno es sólo un símbolo y a mí, como a cualquiera, los símbolos me pueden decir algo o pueden no decirme nada. No soy un iconoclasta, pero tampoco soy un patriota. De ninguna patria. Para mí existen seres humanos buenos y seres humanos malos. Y es posible que la haya, pero no conozco una canción que represente a unos o a otros. Lo que tengo claro es que si alguna canción tiene que representar a un colectivo, no debe ser una canción que parte de ese colectivo o de algún otro sienta como ofensiva o como opresora. El himno holandés debería cambiar, porque nos ofende a los españoles. Y el himno español también debería cambiar si hay una parte importante de la población que siente que le molesta. Y yo, que soy español porque nací en España, como podía ser de cualquier otro país (no considero un orgullo que el azar me haya hecho nacer en un determinado lugar; como mucho, puedo considerarlo una suerte, frente a otros lugares del planeta más desfavorecidos), y que, como he dicho, no soy patriota de ninguna patria, no puedo evitar relacionar esa musiquilla militar a la que se ha otorgado la función de himno de España con una sensación de desasosiego, con una idea de represión…

Las banderas
En cuanto a las banderas, para mí no son más que un trozo de tela de colores. Probablemente no hay nada más absurdo que el orgullo de morir por una bandera. Entiendo las banderas como apoyo a un equipo deportivo. Pero no entiendo las banderas como orgullo por haber nacido en un lugar. Y tampoco como símbolo de enfrentamiento. No voy a extenderme en este tema, porque muchas de las ideas que podría plantear coinciden con las que he planteado en el caso de los himnos.

El rey
Y en cuanto a los silbidos al rey, me gustaría exponer también mi opinión. Parto del hecho de que considero que hoy en día no tiene sentido mantener una institución medieval (si es que alguna vez lo ha tenido; al fin y al cabo. Pero la acepto si la mayoría así lo quiere. Sin embargo, creo que el rey, actualmente, no es el soberano que tiene todos los derechos sobre sus súbditos, sino un empleado de los ciudadanos, que son los que le pagan su sueldo. Por lo tanto, los ciudadanos somos sus jefes. Y, como tales, tenemos todo el derecho a expresar nuestra opinión sobre sus actuaciones. Yo he visto muchas veces a jefes echar broncas importantes a sus empleados, y no ha pasado nada. Una persona que tiene unos cuarenta millones de jefes, tiene que entender que muchos desaprueben su actividad. Y, como no tienen otra forma de hacerle llegar su descontento, lo hacen en forma de silbidos.

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